jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo Segundo | La Tierra y el Sol

Cuando tuve todo dispuesto, me despedí entre tristeza de todos aquellos que dejaba atrás, de toda una montaña de vivencias que me hicieron aprender y de, sobretodo, Juth.

– Aquí tienes. – dijo Juth dándome la mochila. – Y esto. – La vieja colt del 45 que guardaba Valen para una ocasión como esta junto una caja de munición. – Espero que no la necesites. – dijo Juth. – Créeme, la vas a necesitar. – dijo el viejo Alben.
Creo que ese día estaban casi todos en la gran sala, para mi sorpresa, fue el único día que paraban la potabilización del agua en la gran gruta, sin duda, estaban preocupados, pero, si había la mas mínima posibilidad de que volviese con buenas noticias, allí estaban ellos.
Mire la hora, el reloj marcaba las 5:35 de la mañana – Llego la hora. – abracé con fuerza a Juth, mire a todos despidiéndome de ellos y, sin mediar palabra, me giré y empecé a andar. – El primer paso. –
– ¡Akiss! ¡Recuerda lo que te dije! – dijo alzando la voz Juth. – ¡Y cuando hayas terminado! ¡Vuelve! ¡no nos dejes aquí con esos marrones de mierda! – dijo Alben a lo lejos – ¡Vamos Akiss! – dijo otro – ¡Tu puedes chaval! –
Cogía muy fuerte la antorcha, apretaba los dientes y antes de poner un pie al túnel me volví para levantar la mano y decir – ¡No temáis! ¡Volveré! – no sé ni porque dije eso, no estaba nada seguro de si volvería, tenía miedo, pero no era momento de pensar en ello.

La mejor hora para evitar a Los de Fuera era esa, el sol saldría en una o dos horas y de noche los marrones salían a buscar comida. Así que tenía que ser fácil. Pero estaba muy equivocado.
Caminé durante un buen rato con la antorcha en la mano y la pistola en otra, los túneles parecían no terminarse nunca, a medida que avanzaba olía cada vez peor. ¿Qué coño es ese olor? Tenía algo en común al olor de la carne pasada de nuestros almacenes pero no era el mismo, ni quería saberlo, seguro que no sería nada bueno. Continué intentando pensar en otras cosas, pero en seguida oí un ruido, apague la antorcha como pude y me pare a escuchar. Ya no se oía nada, me guardé la pistola y seguí paso a paso lentamente, con una mano en la pared deseando salir de allí. Al poco rato de andar al no escucharse nada encendí de nuevo la antorcha, ya no estaba en un túnel, me hallaba en una sala no muy grande donde había restos de huesos en el suelo, trozos de carne y lo que parecían cuerpos destrozados sin vida, entonces creí ver algo moverse. Con prisas, cogí el colt de mi espalda y apunte hacia allí, sin pensarlo ni una sola vez me acerqué. Sorprendido y asustado esos cuerpos se movían, algunos se levantaban e incluso vi a uno comerse a otro que aun vivía. Vacié todo el cargador y lanzando la antorcha por los aires eche a correr por la única salida visible. Pero mi carrera no duró mucho, al pasar por la abertura aun iluminada, el otro lado era tan oscuro como el lugar más hondo del fondo marino y.. ¡Pam!

Cuando desperté me dolía la cabeza y no veía nada, al acordarme de lo ocurrido, aun tendido, saqué el mechero. Al encenderlo vi a uno de esos muertes vivientes mirándome con atención justo a mi lado, ya me temía lo peor pero no me hizo nada, era una mujer y parecía gustarle, al mirar a mi alrededor estaban todos mirándome, algunos se acercaban pero la mujer les echaba atrás con una agresividad animal, gritaban y se mordían entre ellos, eso era una locura. Reuní toda la sangre fría que me quedaba y me levante, calculé la salida y esperé a que alguno volviese a intentar cogerme, cuando uno se lanzó y la mujer se giro corrí a ciegas con todas mis fuerzas hasta la salida… por suerte, una vez entré en el túnel y mire a mi izquierda, pude ver la salida de esa maldita cueva.

Conseguí salir al exterior sin ningún rasguño, pero ahora, el sol, no me dejaba ver nada. Cerré los ojos y avancé unos pasos más, gracias a Dios aun tenia la mochila, saqué unas gafas de sol que me dio Valen. – Recuerda hijo, cuando salgas, estas gafas impedirán que tus ojos se sequen y pierdas la vista. – Me las puse y pude ver la desolación… recordaba ese lugar demasiado bien, vegetación y árboles abundantes, pájaros trinando, ríos, ruidos, coches, gente, ahora todo era un amasijo de troncos quemados, rocas, ceniza y arena, algunos edificios seguían en pie y otros estaban en ruinas, podía oler aire puro de nuevo pero lo peor era el silencio, la tranquilidad.
De pronto, oí gritos de desesperación justo detrás de mí, al girarme pude ver esa mujer acercándose lentamente. Los demás no se atrevían ni a asomarse, se limitaban a gritar y gritar con fuerza, su cena había escapado. La mujer cayó de rodillas, se puso a llorar como cualquiera de nosotros, gritando palabras sin sentido, pero no eran gritos de rabia sino de pena. Me acerque a ella y le cogí la mano, sus ojos ya no veían y su piel fluía como algo amorfo dejando sus huesos al descubierto, hasta que, al poco, dejó de llorar y murió.

– ¡Joder! ¡Mierda! – No todos eran tan animales como pensábamos.

De la teoría de Valen sobre el holocausto nuclear y el nacimiento de Los de Fuera:



Bien, en la lección de hoy voy a contar que pasó con nuestro mundo y el nacimiento de los marrones, esos seres de los que no sabemos demasiado y que siempre andan buscándonos a nosotros, su comida.
En un principio el impacto de un misil en una central nuclear, hace que los isótopos radiactivos que forman el combustible nuclear entren en contacto entre sí, produciéndose la fusión de éste y al alcanzar la masa crítica, se produce una explosión atómica que afecta varios centenares de kilómetros a la redonda.
Bien, pues en el área afectada directamente por la explosión, la radiación es mortal, nadie podría salvarse a no ser que estuviera bajo el agua o en un refugio nuclear. A mayor distancia la deflagración causará la muerte en ancianos y niños, así como lesiones por quemaduras radiactivas que causan deformidades y mutaciones severas a todo aquel que resulte expuesto. Pero lo más difícil es sobrevivir luego, porqué del cielo caerán lluvias conteniendo montones de cenizas radiactivas, que afectaran a todo el mundo, en mayor o menor grado según su edad y estado físico, la radiación impregnará la tierra durante años, contaminando a los seres vivos, contaminando nuestros alimentos. Por eso vinimos aquí.

– Asi que Los de Fuera, son los mutantes que sobrevivieron al desastre, ¿no? –

Si Juth, muy bien.

Enterré el cuerpo de la mujer en el primer agujero que encontré, llenándolo de piedras y arena. Ya que era merecedora de un entierro digno de una persona, al menos descansará en paz. Seguí andando por la ladera de la montaña, por el viejo camino hasta llegar a la ciudad. En realidad no era una ciudad muy grande, antes no tenía más de 10.000 habitantes, para mí era un pueblo pero tenía el titulo de ciudad, algo que se me quedó desde pequeño, pero ahora.. Ahora no era nada.

Entré en el primer edificio que se hallaba en pie, a pesar de que en mi mochila llevaba agua y comida, tenía que buscar algo de reserva para comer, beber o algo útil. Busqué por las habitaciones pero solo había camas, libros, armarios con ropa, ordenadores, juguetes y restos podridos de comida. Bajé unos pisos hasta llegar al sótano, alumbrándome con el mechero encontré una reja con un candado pero no podía ver bien el interior, solo se apreciaba lo que parecían ser unos estantes y cajones. Arranqué un trozo de tubería que estaba en la habitación conjunta a esta, con el que pude romper el candado y entré. Para mi sorpresa estaba en un almacén de armas, como no podía llevarlas todas conmigo cogí un cetme, pilas, una linterna y cajas de munición del 7.5, junto a más munición de 9mm para mi pistola así como un buen cuchillo. Menuda suerte.

Salí de ese edificio para dirigirme al supermercado más próximo, ya que recordé que Valen me había explicado que la única comida no contaminada podría hallarla en latas. Las calles de Celsona parecían un desierto, el viento soplaba con fuerza y levantaba la arena haciendo remolinos en el aire, el cielo despejado y el sol tocaba intensamente provocando espejismos. Seguí andando entre edificios, al poco rato vi un cartel encima de la puerta en un cruce de carreteras, Cal Coll, recordé que era un almacén de víveres y entré sin demora. Vi estanterías por el suelo, mire en la registradora, en el almacén, en el garaje, pero allí no quedaba nada, nada de nada, supuse que Los de Fuera lo cogieron todo así que continué.

El reloj marcaba 13:35, llegue al hospital, andaba buscando las famosas píldoras anti-radiación que me dijo Valen, las puertas correderas estaban abiertas con vidrios rotos por el suelo y algún que otro hueso humano. Empecé a buscar por todos sitios, entre consultas, archivos, el almacén, habitaciones, entonces abrí una puerta y allí estaba… Un esqueleto completo en la bañera con la silueta de su extinto cuerpo marcada en la pared, aun con ropa, era un medico y, sin duda, no le dio tiempo. Me acerqué para comprobar los cajones del baño y sin darme cuenta le toque el brazo, este se rompió y al caer vi que sujetaba algo, eran un par de ellas, las pastillas rayus-z. – ¡Lo sabía! – Sabía que aquí las encontraría, tenía que haber más. Como ya busqué en todos los pisos, faltaba el subsuelo, encendí la linterna y bajé las escaleras. Estaba ese olor, el olor de esos zombis malviviendo entre la oscuridad, cogí el Cetme y lo cargué, algo me decía que no debía estar allí ni dar un paso más, pero avancé con la idea de encontrar más píldoras, muy necesarias en estos tiempos, en los que cualquier charco, ampolla de agua o comida te puede destrozar por dentro poco a poco.
No podía dejar de pensar en ella, me preocupaban una mierda esos marrones, poco a poco avanzaba abriendo puertas, comprobando que estaba solo en las habitaciones, buscando las píldoras. Me decía que me fuera, pero yo seguía buscando. De pronto allí estaban, 4 de ellos, los sorprendí mientras comían lo que parecía una niña y acto seguido grite. – ¡Asquerosos de mierda! – empecé a disparar, la ráfaga dio a dos de ellos, a uno le estalló la cabeza y el otro cayo redondo sin más. Los otros dos se abalanzaron sobre mi gritando, volví a disparar y maté al tercero, pero el último llego a cogerme el arma empujándome al suelo, caímos los dos, el quedó sobre mí, cuando soltó mi arma para morderme le golpee en la cara con la culata. Cayó justo al lado, me levante deprisa y le apunte con el arma, deslumbrándolo con la linterna. Entonces oí en mi interior – no lo hagas Akiss…– quise apretar el gatillo pero no pude hacerlo, algo superior a mi no me dejaba y abrí bien mis dos ojos. Estaba inconsciente, lo deje allí y enfoque a la niña… en realidad ni estaban comiendo, ni eso era una niña, era un peluche con un brazo arrancado y lo estaban cosiendo. La rabia no me dejo ver nada con claridad, al girarme vi a una niño pequeño encima de uno de los muertos, las pilas se agotaron y me quede sin luz. Me marche de allí.

Al salir del hospital no pude dar ni dos pasos, caí al suelo llorando por lo que había hecho, fue entonces cuando me prometí que esto no volvería a pasar, no debía.

17:25, ya es tarde, tengo que buscarme un refugio. – Lo mejor que puedes hacer al caer la noche es encontrar un buen lugar Akiss, a ser posible un sitio alto, en una habitación con techo y ventanas que cierren y lo más importante, una puerta que cierre bien atrancándola con algo. Eso sí, ten siempre al lado una arma contundente hijo por si todo lo demás fallara. –
Nunca sabes lo que vas a encontrar, me decía siempre Valen, ni yo sabía cuánta razón tenía hasta que lo vi con mis propios ojos.

Está oscureciendo 19:35, pude encontrar un buen lugar, después de buscar por todos lados, encontrándome en muchos puertas rotas y en otros ya sin puerta o puertas bien cerradas, me decidí por el edificio más alto de la ciudad, el único piso con la puerta abierta que había, un quinto. Me relajé y comí un poco, encontré unas cuantas velas y pude leer algo para olvidarme de todo, hasta que me dormí.

Me despertó un fuerte ruido. Aun no había salido el sol y podía ver la luz de la vela, cogí el Cetme y miré por la mirilla de la puerta, – ¿qué coño? – ¡baum! No veía casi nada pero sabía que había unos marrones intentando abrir la puerta abalanzándose como locos sobre ella. Deje el arma y empecé a apilar cosas de la casa en la puerta, un armario, sillas, una mesa, todo lo que pude hasta que, después de varios intentos más, dejaron de intentarlo.
Intente relajarme y descansar, pero a la que se me cerraban los ojos volví a oir unos ruidos que venían de fuera. Me levanté, cogí el arma y salí a la terraza. Allí estaban, intentando saltar desde el balcón más cercano, había muchos y habría unos 3 metros de distancia entre nosotros, todos caían inutilmente al vacio – ¿qué coño hacéis? ¡No saltéis! – ellos contestaban con gritos de rabia y locura, esos si eran animales y seguían intentándolo. Disparé al aire para asustarlos, pero lo único que conseguía era animarlos aun más a saltar. Hasta que uno llegó a cogerse al borde y estaba a punto de llegar a mí, podía ver a los otros mordiéndose unos a otros, momento en que lo vi claro, estos seres habían perdido su condición humana, y abrí fuego contra él y a los otros. Entonces cesaron los gritos de rabia, lo que realmente les asustó fueron los gemidos de sus heridos, a pesar de que no se importaban una mierda entre ellos, creo que lo entendieron, me dejaron en paz al fin, – ¡hoy no habrá comida para vosotros, zombis cabrones ! – .

6:58, sale el sol. Después del incidente de esta noche casi no e podido dormir, estava pensando en esos marrones y no podía dejar de pensar que, si me dormía, me comerian vivo.

Salió el sol como cual luz ilumina las sombras, un color rojo amarillo que ya no recordava, luz inspiradora de animo, de el despertar. Se movía, tan lentamente que era imperceptible, pero si observavas una sombra y fijavas un punto en ella podias medir el movimiento de la tierra, cómo dijo Valen. Maravilloso sin duda, és un regalo para la vista. Comienza un nuevo dia.

Después de comprobar cuatro experimentos de Valen, dispuse todo para continuar el viaje pero… ¿a dónde?

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